De un momento a otro
escupió un buche,
tiró lo que quedaba en su vaso
y decidió irse.
Tomó sus escasas pertenencias
y partió en busca del paraíso,
ni en el cielo ni en su imaginario,
lo buscaba real, palpable.
Recorrió planetas y galaxias,
soles y agujeros negros,
hasta que años mas tarde lo encontró,
escondido, diminuto, recóndito.
Se encontró con gente,
pero en otro idioma,
otra lengua,
sin interpretes ni traductores.
Hasta el universal lenguaje de las señas
se tornaba insuficiente a veces,
¿cómo expresar un sentimiento
tan solo con las manos?
Quiso aprender,
quiso enseñar,
y no logró más
que una colección
de inútiles intentos fallidos.
Un día, ya rendido,
tomó su guitarra azul
y comenzó a tocarla,
triste a pesar del paraíso.
Poco a poco
vio lágrimas correr
acorde tras acorde,
vio gente reír hasta el alba.
Año tras año vivió,
sintió y amó,
en el paraíso,
donde las palabras y sentimientos
no eran más que melodías
como espejos del alma.
Afinadas cuerdas
resonando en corazones,
sueños en clave de sol
y su vida escrita
en una perfecta partitura.
miércoles, 26 de marzo de 2008
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