Aturdido por los ruidos
de la gran cuidad,
cargó su bolso y se fue.
Donde los sapos no croan
y los grillos no cantan por las noches,
bajo el agua todo es
un mentiroso silencio.
Se desplomó pesado
como la piedra atada a su cintura,
se hundió como el hielo en el whisky,
siguiendo el mudo cantar
de alguna sirena perdida en la orilla.
Dejando su vaso por la mitad,
un verso a medias
y un par de notas
empapadas de tristeza y lágrimas.
Cobarde, egoísta, débil,
se fue tras la segunda ola,
en busca de Poseidón,
en busca de su paz,
de su agonía.
Tímido, temblando,
entró con la mente en blanco,
callado y solo,
sin mas testigos que los mismos peces,
que luego se regocijarán
con su carne muerta, blanda y salada.
Ya era tarde,
la cadena lo abrazaba fuertemente,
no había escapatoria y quiso huir.
Minutos que fueron horas,
hilos ya cortados, irreversibles,
candado sin llave ni magia,
peleando contra su propia decisión,
cazado en su propia trampa.
Y despertó sin cielo ni infierno,
solo grillos y sapos,
el sudor en su espalda y un nuevo plan.
sábado, 15 de marzo de 2008
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