Cuanta frescura hay
en las palabras de un niño,
de una niña,
cuanta espontaneidad,
cuanta despreocupación,
y cuanta verdad.
Cuando se prenden en un abrazo,
sin mediar palabra, sin pedir permiso;
se aferran como un abrojo,
solo que desearías que fuera eterno,
envolviendo sus finos brazos
en tu cuello, sin decirte nada.
Cuanta sinceridad hay
en esa explosión de cariño,
tras la cual salen despedidos
sin pensar, sin especular;
en ese fuerte abrazo, en cuclillas,
en el cual se teme apretar demasiado.
Cuando apoya su carita inocente en tu hombro
y se queda quieto, sin nada para decir,
cualquier palabra estaría de más,
en un hermoso silencio que uno
no tiene mejor idea que romperlo
con una estupidez como ¿q pasó amor?;
nada pasó!
solo que los niños tienen esa virtud,
que muchos evitamos algunas veces,
de actuar por instinto, por impulsos.
No temen decirte veinte veces “te quiero”,
insultarte si es necesario
o estamparte un gran beso en la mejilla.
Nos retorcemos de la envidia
al ver la mirada limpia, ingenua,
en esos ojos que han visto poco;
que tienen la suerte de no conocer
la malicia de este cruel mundo
en el que crecerán y perderán
esa pureza hermosa en que se recubren.
Esas pequeñas y delicadas manos
que no se aburren de dibujar o de jugar,
cuando menos te lo esperas,
toman las tuyas, y las estrechan
solo para agradecerte por estar ahí,
solo para decirte sus ilimitados sentimientos,
sin decir ni una sola palabra.
miércoles, 21 de noviembre de 2007
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1 comentario:
Estoy leyendo y llorando, llorando de emoción porque no puedo creer que sea mi primito el que escriba cosas tan geniales. Te felicito y te quiero.Lety
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