Tan descabellado como encontrarte aquí,
a unos años del adiós,
personificada en otro nombre,
echándole alcohol a heridas que creía cerradas.
Hasta que llegó el ardor.
Tu, con tus locuras y tus pastillas,
tus viajes y tus vuelos,
tus delirios y tus fobias,
revolviendo entre las cenizas de esta muerte,
todavía vestida de negro.
Como esas velas
que nunca acaban de apagarse,
disfrazada de niña recién parida,
con una belleza no tan abstracta
y una bufanda negra en el cuello
para ocultar las marcas de los dientes,
todavía frescas.
Iba viciado como un blues encerrado
y llegaste con tu melodía primaveral
a darme un poco de oxigeno,
pero sin embargo, le metiste más bebida
a mi ultimo vaso casi vacío.
Bajo tus grandes gafas negras
llevas tus ojeras profundas
de noches sin dormir y resacas,
pero igual veo a través de ellas
y te veo, linda, como siempre,
tan interesante como indescifrable.
Maldita costumbre la tuya
de llegar sin aviso ni cartel,
pero creo que odio más aún
ese hábito de irte sin decir ni una palabra.
sábado, 6 de octubre de 2007
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