jueves, 28 de junio de 2007

Se te envejece el alma (Anónimo)

Hace un año te veía y sentía una infinita paz, una gran seguridad que hacia que pudiera cerrar los ojos y saber que tu me ibas a cuidar como siempre lo has hecho.
Hoy te veo y veo como cada día, no solo tu rostro se llena de arrugas sino como tu alma se hace cada vez más débil y yo solo siento culpa por no poder hacer nada.
Se supone que la vida te prepara para la muerte así como para amar, pero debo ser muy egoísta por que te amo demasiado como para verte morir, para aceptar que un día no vas a estar.
No sé quien es más débil (o si lo sé), si tu que peleas todos los días por hacer tus tareas cotidianas aunque tu cuerpo no las quiera hacer, o yo, que teniendo un cuerpo permisivo tengo un alma que se debilita al punto de no poder acompañarte como quisiera. No sé...
Hoy prefiero pensar que es un día mas al lado tuyo, y no uno menos.
Se te envejece el alma y no puedo hacer nada...

miércoles, 27 de junio de 2007

Coleccion de un amor pasajero (Ines)

Siento un gran suspiro en el alma,
ese alivio de sentirme dueña
de un sentimiento ajeno
pero propio de mi cuerpo

Recorro los retazos de tu piel
suspendida en el cielo ese
que encuentro en mis sueños…
y empiezo a comprender que eres parte
de la oscuridad que en el fondo
tú sabes hacerla brillar
y es en ese momento que una mirada simple
puede irradiar con nitidez
la historia de un fantasma pasado.

He marchitado cada herida
como cada flor… que quise olvidar…
nuevas sensaciones…
ambas emociones comparto con el mundo
que hoy simplemente te quiero regalar
por ser la estrella de mi cielo,
por el beso mas tierno.

Supongo que es posible
que me pierda en la realidad,
es que es tan perfecto que puede asustar.
Es un fuego genuino
que parece no apagarse jamás,
es algo que solo puede construirse de a dos,
dueño de mi tranquilidad…
protagonista de una historia
que no sabremos cual es el final.

Pareciera que el ocio de pensar
en lo absurdo que puede parecerme
que hoy no estas,
que no se cuando volverás,
podría hacerme mal…
pero no lo vivo así,
caí en la base de muchas piedras
y es eso lo que hoy no me dañara
la fortaleza que yo misma diseñe en mi vida,
es lo que adopto para seguir en este camino
que puede ser un desierto seco y difícil
pero dócil mi caminar.

Por fin el olvido (Nicolás Gramajo)

Para Marta aquel martes comenzó igual que cualquier día de invierno, apronta un café bien cargado y se sienta en el banco del pasillo, frente al ventanal que da al patio interno de la casa antigua. Le encantaba ver los colores del vitró reflejados en la pared cuando el sol se asomaba sobre las chapas.
La casa estaba impregnada de silencio y un poco más muerta que de costumbre, a causa de la pérdida de Rocky, que acostumbraba ronronear sobre la falda de Marta mientras tomaba el primer café de la jornada.
Aproximadamente a esa hora, cada día, Jaime cerraba las puertas del bar y se iba conversando con algún cliente, pero ese día fue distinto, mientras presenciaba una de las típicas peleas por quien tenía la razón en el pool sintió una fuerte puntada en el pecho que lo dejó acurrucado en el suelo, mientras unos borrachos lo miraban asombrados y otros aprovechaban ese desliz para meter su mano tras el mostrador y sacar, arrugados, un par de billetes.
Por esa suma mensual mas o menos era que Marta ibas cada mañana a la sala velatoria a juntar pétalos de flores del piso, hacer café, limpiar en general y si era necesario vestir a algún difunto y colocarlo en el cajón. Con eso y la módica pensión que le pasaba el padre de su hija le alcanzaba para comer y tomarse su medio litro de cerveza diarios, que a fin de mes podía ser vino de mala calidad.
Tomó su campera, se la echó a los hombros y se dispuso a ir a trabajar, al igual que las demás trescientas sesenta y cuatro mañanas del año. Al cerrar la puerta sintió timbrar un par de veces el teléfono, pero si se detenía llegaría tarde al trabajo, además su hija aún estaba dormida en su cuarto.
Al llegar a la sala todo era rutinario, igual, nada la atormentaba, se coloca la túnica celeste, recoge un par de claveles que yacen en el suelo, lava unas tazas, apronta café. Mientras enceraba la cruz donde sufre un cristo de madera oye llegar una de las negras carrozas, la primera, como todos los días, la de Pierri, siempre puntual, siempre prolijo.
Marta prepara dos tazas de café esta vez y se apronta para un día tranquilo, cuando ve arribar la segunda carroza, solo que esta no venía tan vacía.
Sin preocuparse ni alterarse, apagó la caldera, detuvo la cuchara que incesantemente y con un poco de furia batía el café con la azúcar, salió de esa precaria cocina-baño y dejó la puerta entreabierta, todo con absoluta tranquilidad.
Por otro lado ya hacía varios minutos que la ambulancia se había llevado a Jaime, y su cliente más fiel cierra el bar, comunica a su hija los motivos por los que no llegará a dormir, destrancó su bicicleta y partió rumbo al centro hospitalario.
Mónica, la hija de Marta optó por no salir de debajo de las frazadas de lana, por lo que no atendió el teléfono, pero no pudo evitar levantarse de golpe, mas bien de un brinco cuando sintió que le tiraban la puerta abajo. Gritos por medio, Ramona, su amiga, golpeaba a más no poder la puerta exageradamente alta y de dos astas.
Ante los ojos de Marta, como un telón se levanta la puerta trasera del coche y ayuda a mover una bolsa negra, de tela, con muchísima tranquilidad y frialdad. Entre Pierri y Gerardo, -apodado “cala”, que como abreviación de calavera describe un fisco flaco, muy flaco, con las mejillas hundidas en los pómulos como chupando algo con fuerza, los huesos de los hombros, codos y omoplatos, filosos, puntiagudos y expuestos, pero no por eso menos fuerte- colocaron con mucho profesionalismo el bulto sobre la camilla y Marta procedió a abrir el cierre de la bolsa.
Inesperadamente (ya que Marta conoce a casi todo el pueblo) la cara de ese difunto le resultó absolutamente desconocida. Lo colocó en el féretro, lo tapó hasta el cuello con una blanca seda y sintió algo muy extraño, a pesar de no recordar ese rostro percibió algo muy en sus adentros, algo raro, como si lo conociera de muchos años y llegó a sentir pena por ese señor ya entrado en años (aparentemente mayor que ella), pero bastante atractivo a pesar de su dejadez.
Minutos más tarde siente el llamado de su jefe y cuando se acerca a la puerta de vidrio, entre llantos oye el desesperado grito de Mónica. Desconcertada intenta consolarla, y aunque desconoce el problema puede percibir la gravedad del asunto. Con palabras entrecortadas alternándose con explosiones de llanto, la chica deja salir un “Papá, papá” seguido de un fuerte abrazo y tras el vano intento de tranquilizarla descubre que por fin había logrado olvidar a quien fue su marido.

I can see clearly now (Nicolás Gramajo)

Ahora que logré
ver claramente la realidad
ya no estás a mi lado.
Todo es tan distinto
ahora que abandoné gran parte
de las costumbres que tenía
profundamente arraigadas.

Ahora critico lo que fui.
Desde aquí se ve todo tan claro
que ahora no me resulta tan difícil
entender ALGUNA de tus locuras
pero ya no estás aquí para compartirlas.

Ahora creo que si podría divertirte,
ahora cero que morirías por mi,
ahora soy prácticamente
lo que siempre quisiste.

Solo que ahora
veo todo tan claro
que soy yo quien
no perdería diez minutos
en ti.

Si evitara lo evitable (Nicolás Gramajo)

Porque el rayo se deja ver
segundos antes de sentir
el estruendoroso trueno
es que puedo ver el problema
antes de sentir el dolor,
pero no lo esquivo.

Tal vez no soy
lo suficientemente hábil
para deshacerme de un cigarrillo
antes de sentir el asqueroso
sabor a filtro quemado,

Y si a media película
puedo predecir el mal final
espero un milagro hasta los créditos.

Sin bolas de cristal o tarot
anuncio una trágica muerte,
y mientras cruzo las piernas
tomo un sorbo de café.

Al ver una mariposa aletear
no pienso en las consecuencias
de su efecto,
solo intento distinguir
los colores que la pintan.

Aunque sea inevitable
no abro el paraguas
hasta que las gotas
corren por mi rostro.

jueves, 21 de junio de 2007

Weak in prison (Martín Cedrés Martinez)

Y a veces quería
Reencontrarse con él mismo

Explorando textos olvidados
Marchita experiencia del tiempo

Su soledad silbaba
Junto a él. Sentados ambos
En la misma silla. Parados ambos
Sobre los mismos pies

Luego odiaba un poco más
Aquella forma de sentirse idiota
Incapaz de hacer

Y volvía a pensar que a veces
El ser dependiente lo hacía
Cada vez más vulnerable

Dejó la taza de café sobre la mesa. Sacó la mirada del exterior. De aquel cielo con nubes. Tomo el periódico y se enfrento a los clasificados. Solo un indicio de sentirse peor.

viernes, 1 de junio de 2007

Legajo de un cuarto de pensión (Nicolás Gramajo)

Hoy tengo todo lo que alguna vez soñé,
aunque nunca pedí mucho,
una casa propia y una mujer
que mantenga mis pies calientes
durante el invierno.
Pero también recuerdo
el antiguo cuarto de pensión,
compartido,
frío,
en el que viví parte de mi juventud,

Me viene a la cabeza el olor
a incienso barato,
encerrado,
sin ventanas,
mezclado con el infaltable aroma a cigarrillo,
los humos se mezclaban y bailando en el pesado aire,
subían y subían al alto techo.

El persistente chac chac chac chac
de la máquina de escribir,
las carcajadas en la habitación de al lado
y la mancha de humedad
que pinta la blanca pared.

¿Cómo olvidarme de eso?
si el fino colchón trazaba horizontales renglones
en mi pecho por las mañanas.

Amistad y compañerismo,
amistad y amistad,
inocencia y falsedad,
ruido y silencio,
comprensión y desconsuelo,


APARENCIA Y REALIDAD.

Gris (Nicolás Gramajo)

Su mirada se extravía entre la tormenta
a través de los vidrios salpicados,
cada vez que él se esconde.

Solo la acompaña un portarretratos
boca abajo en la mesa de luz,
mientras en los oscuros senderos de su cabeza
busca soluciones,
pero éstas parecen escabullirse entre sus rulos.

Un estúpido poema de amor,
arrugado, no tuvo las fuerzas suficientes
para llegar a la papelera
y descansa insatisfecho
sobre el húmedo suelo.

Este jueves con gusto amargo
se escurre sobre un balde y pasa,
pero ella permanece sentada
frente a la antigua ventana,
escuchando el silencio
mentiroso de la lluvia,
con las grises pupilas inundadas
que no ven nada.